viernes

Los cuentos, el pasado

Llegué al café de siempre, nerviosa, con el cabello muy corto y peinado de niño. Rubia, temblando. Habías terminado tu investigación, estabas muy flaco y moreno. Usabas trenza, mirabas con ojos de animal. Charlamos un par de horas, las palabras se balanceaban entre sorbos de café, caricias, migas y esa felicidad burbujeante de los encuentros.
-y… ¿Estás con alguien?
Asentí con la cabeza. Sonreíste indulgente
-¿Y quién es?
-Ya sabes…
Apretaste los puños
-Chale ¿Por qué él?
Se marcaron las venas de tu cuello
-¡No voy a estar contigo! Cualquiera no habría importado pero ¿él?

Terminamos el café, te pedí que no me llevarás a casa, no estaba dispuesta a una despedida mas. Me acompañaste al taxi, me negué a tu beso, y me invente un domicilio. Caminé un par de horas antes de llegar a mi puerta. El otro tú me esperaba sentado en la escalera. Era absurdo que yo quisiera dejarlo todo cada que aparecías, era absurdo que me hubieses pedido que viajara contigo, como lo era que hubiese negado. Era absurdo querernos tanto…
Nos abrazamos… a las manos siguieron los besos, a los besos ese estúpido amor que decíamos profesarnos, y después las olas, el calor…la humedad
-No quiero mas recuerdos nuestros aquí
-¿Vamos a mi casa?
Se me mojaron los ojos, se me quebró la voz
-No, no puedo. No quiero.
-Entiendo, perdóname. Necesito estar contigo

Salimos y por primera vez en todo nuestro tiempo, fuimos a un motel. Entramos, el frío y la falta de familiaridad me resultaron reconfortantes. Te quite la ropa, nos besamos todos, me cogiste como nunca, como antes, como siempre, hasta que mi espalda se arqueo, te clave las uñas en el cuello y los ojos se me llenaron de lagrimas…

Minutos después me mire en el espejo: tu cabeza descansaba sobre mi vientre, sonreías placidamente. La tristeza se convirtió en ira, ¿Con qué puto argumento te atrevías a buscarme? ¿Con qué puto derecho te atrevías a juzgarme? Comencé a temblar, te moví despacio, me senté sobre la cama. El reflejo no mentía estaba ahí, estabas ahí, estábamos ahí. Te pusiste de rodillas para abrazarme
-¡No me toques!
-¿Y ‘ora? ¿Qué paso?
-¿Qué paso? Que soy una verdadera pendeja. Eso paso.
Lamiste mis lágrimas y me arrastraste hacia la cabecera.
-Solo necesitamos descansar. Si respiras hondo y dejas de mirarme así, te cuento un cuento ¿va?

Y en ese cuarto… entre tus brazos, con los ojos bien cerrados, la garganta hecha nudo y el corazón apretado. Escuche el cuento más cruel de la historia. Ese, de la niña en la montaña, que cansada de esperar el regreso de los aldeanos, corta el puente y se queda sola…

2 comentarios:

  1. Vientos, chidas historias de amor fugaz, bueno tanto así como de amor pues creo que no, digamos que de calentura fugaz, aún así chidas, saludos

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  2. Saludos, Sr. M.

    Por enfermo que parezca, el amor es amor ó era... jeje

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