lunes

y luego, la montaña

Llegamos a Tlaltenango ya muy entrada la madrugada, todos parecían despiertos, muchos preguntaron a donde íbamos, no pretendí entender tus respuestas. En ese viaje yo era la mujer de mi cuento, la de la voz guardada y la piel color oliva, tú eras el Dante hostil y divertido, estábamos de paso.
La noche pesaba como nunca antes, nos penetrada insistente, nos enraizaba. Utilizamos nuestra única carta y entramos a un hotel, el corredor parecía interminable, del techo colgaban algunos helechos, había un garrafón a cada lado y un pequeño mostrador. Pagaste dos noches, y tomaste la llave.
-El primer cuarto, subiendo la escalera al lado izquierdo.
Te adelantaste para encender la luz; nuestro colchón estaba forrado de plástico, el piso era de ese verde que sólo hay en los hospitales viejos de aquí de México, el salitre brotaba de las paredes, los vidrios estaban pintados de negro. No me atreví a quitarme la ropa, tenía miedo de que mi molde no lograra contener mi forma, de volverme otras cosas. Me miraste condescendiente y me invitaste a la cama
- Pero no puede acostarse con todo eso señorita, al menos quítese las sandalias.
Dirigiste mi movimiento y de a poco me sentaste, tomaste una camiseta y la sumergiste en el agua, la exprimiste, me limpiaste la cara y desnudaste mis pies para continuar con el baño. Me miraste antes de tomarme por la cintura y tumbarme en la cama:
- ¡Ahora si señorita! Venga, que la vamos a dormir.

4 comentarios:

  1. Yo tengo una almohada con ese tipo de algodón del que le hicieron la piel...

    ResponderEliminar
  2. Me encantan tus historias y tu forma de contarlas. Qué rico leerte.

    ResponderEliminar
  3. No hay cosa que me guste más que bañar a una mujer, con esponja o en tina. Es lo más tierno que puedo hacer, de mi parte.

    ResponderEliminar
  4. Temias que el molde no se adapte a tu forma. Interesante miedo...

    Anthony

    ResponderEliminar