lunes

y luego, la montaña

Llegamos a Tlaltenango ya muy entrada la madrugada, todos parecían despiertos, muchos preguntaron a donde íbamos, no pretendí entender tus respuestas. En ese viaje yo era la mujer de mi cuento, la de la voz guardada y la piel color oliva, tú eras el Dante hostil y divertido, estábamos de paso.
La noche pesaba como nunca antes, nos penetrada insistente, nos enraizaba. Utilizamos nuestra única carta y entramos a un hotel, el corredor parecía interminable, del techo colgaban algunos helechos, había un garrafón a cada lado y un pequeño mostrador. Pagaste dos noches, y tomaste la llave.
-El primer cuarto, subiendo la escalera al lado izquierdo.
Te adelantaste para encender la luz; nuestro colchón estaba forrado de plástico, el piso era de ese verde que sólo hay en los hospitales viejos de aquí de México, el salitre brotaba de las paredes, los vidrios estaban pintados de negro. No me atreví a quitarme la ropa, tenía miedo de que mi molde no lograra contener mi forma, de volverme otras cosas. Me miraste condescendiente y me invitaste a la cama
- Pero no puede acostarse con todo eso señorita, al menos quítese las sandalias.
Dirigiste mi movimiento y de a poco me sentaste, tomaste una camiseta y la sumergiste en el agua, la exprimiste, me limpiaste la cara y desnudaste mis pies para continuar con el baño. Me miraste antes de tomarme por la cintura y tumbarme en la cama:
- ¡Ahora si señorita! Venga, que la vamos a dormir.

miércoles

Sugar apple

Caminabas delante de un tipo gordo con apariencia de productor de película porno. Sostuve tu mirada fija y lascivamente, rememorando el recorrido de mis ojos por tu cuerpo

Tacón: numero 12
Material: piel de cocodrilo
Pedicure: intacto
Piernas: largas y fuertes
Caderas: de yegua
Vestido: Channel
Senos: redondos
Escote: innecesario

En resumen: exuberante con porte de caballo de exhibición.

Pose mi atención un par de segundos en él sin evitar sentir un poco de asco; bendije al caribe acomodando mi servilleta y ordene el plato fuerte. Te conté entre mis razones para asistir a las cenas formales.

El día que visitamos Dominica, ya de regreso en el barco. Cogí un termo, lo llene de café y me refugie en el 3 nivel (donde sólo había camarotes y carritos con ropa por lavar). No quería saber de nadie, y la imagen de tus piernas al salir del salón no era suficiente para el arreglo y la convivencia requeridos. Así que me deje atrapar por la estela y los colores del océano.

Te acercaste sin hacer ruido, y te dirigiste a mí entre arrogante y despectiva.
-¿Tenés algún asunto conmigo?
Respondí aun molesta por tu intromisión.
-Ninguno, estas buena y ya.
-Falta de confianza.
-No me alcanza querida.
-¡Ah! ¿No?
-El valor de tus sandalias supera el de mi equipaje completo.
Te descalzaste y me entregaste el par de tacones. Bajaste el cierre del vestido y lo dejaste caer, retiraste los pendientes y el brazalete.
-¿Esto? ¿Te refieres a esto?
Quédatelo.
-¿Pretendes volver así a tu habitación?
-No. Pretendo ir así hacia la tuya.
-Debes ser una broma más del señor dios ó del señor lucifer. Quizás una alucinación a consecuencia de los días sobre el mar ó de los alimentos del caribe.
-Ni broma, ni alucinación, tampoco es como que ande caritativa. Quiero tu piel blanca, y eso que guardas en el pecho.

Bendito y maldito pago en especie.