Dos y uno.
Creamos un sonido para nombrar al silencio, eso es lo que
somos, o lo que fuimos, constructores. Y así como las palabras cobran vida al
ir siendo nombradas, así como se transforma y desaparecen, así lo haremos
nosotros. Porque lo que no es nombrado no existe (al menos para la primera
persona del singular), pero lo que no
existe puede ser nombrado. Es nuestro regalo, nuestro castigo. Porque al decir silencio somos niños inocentes
y ególatras, que tratan de describir algo que no pueden conocer, pero que suponen
que existe. Niños que crean historias
acerca de lo temen, para lidiar con ello. Porque saben que cuando
nombran al infinito irremediablemente nombran y son conscientes de lo finito.
Así es, la creación como la conocemos vienen en pares. Decimos consuelo,
decimos amor, decimos fuerza, y de inmediato emergen la desolación, el desamor,
y la debilidad. Llamamos al olvido, pero sabemos no puede salvarnos. Y así, seguimos creando, aunque nos de miedo
la luz, aunque nunca alcance. Porque sabemos que también de las sombras, surgen
los milagros. Que las lágrimas, hacen crecer a los arboles.
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