martes

Lugares

Y entonces, aquel hombre gigantesco al que llamaban el tirano, se abrazó a mi cintura y recargo su cabeza sobre mi pecho.

-Estoy tan cansado
¿Puedo quedarme a vivir aquí?

-El tiempo que quieras.

-Para siempre.

Lo envolví con mis piernas y acomode su cabeza para que sintiera mi pulso.

-No creo que vivamos tanto.

Un calor intenso emano de mi centro, me sentí su madre y su amante, su hermana y su abuela, su esposa y su hija.
Acaricie su frente hasta que se quedo dormido.

Al final hay sitios, en los que todos los hombres, somos iguales.