jueves
Doña Ramona
-¡Con una chingada! ¿Quién carajos se atrevía a tocar de esa manera?
Abrí terminando de abotonarme la blusa. Tras la puerta: Doña Ramona.
Me miró con esos ojos de quien reprende a un niño.
-¡Ándale niña! no te me quedes viendo, que abajo hay un montón de bultos.
Acomodamos lo que me pareció una infinidad de bolsas, las había de todos tamaños, materiales, colores, pesos, sabores…
Me sonrió y extendió los brazos,
-Ahora sí, venga y abrace a su abuela
Me apretó contra sus grandes pechos, el olor a leche bronca y alimento para gallinas me hizo sentir en casa, desee quedarme ahí, en ella, pa’ siempre…
-Pues dónde traes el alma muchacha...
-Ya ni sé abuelita
- ¿Tienes un estropajo?
-Sí
-Tráemelo. Quítate la ropa y desenrédate ese cabello por el amor de dios.
-¿Te ayudo en algo?
-Sí, no me estorbes. Vete a tu cuarto
Me senté desnuda al borde la cama y comencé a cepillarme, quería estar en la cocina con ella, escucharla cantar, y mirar sus manos fuertes de movimientos delicados, pero órdenes eran órdenes. Justo cuando pensaba en lo feliz que me hacía aquella visita, entró cargando una olla de barro con lo que parecía una gran cantidad de té, sólo reconocí algunas de las hierbas: pasiflora, flores de azahar, valeriana, angélica y hojas de lechuga.
Comenzó a rezar, la imite como otras veces, tratando de guardarme cada una de sus palabras. De “ver”. Después de darme algunos consejos y muchas tareas para después, me indico:
-Ven párate aquí, separa un poco las piernas.
Tomo el estropajo y se arrodillo. Me tallo comenzando por la planta del pie izquierdo, ascendió con movimientos circulares, firmes; reconocí el amor en sus manos, su entrega, su gusto por servir, su desapego. No hubo un sitio que no fuese removido, paso con la misma fuerza por mi pubis, froto mi espalda, mi rostro, mi cuero cabelludo, termino el lado izquierdo y repitió el rito comenzando con la planta del pie derecho.
-Ahora ve y date un baño con las plantitas, y cuando estés lista me llamas para ir por ti…
Cuando terminé ya me sentía otra. Para salir del baño me rodeo con una sábana blanca y me envolvió como cuando niña, con calma me llevo a la cama, cruzo mis brazos sobre el pecho, y ajusto la sabana para que no pudiera moverme.
-Te vas a tomar este té, y no te vas a mover hasta que amanezca, yo me voy a quedar aquí contigo. Habla con tu alma, no tengas miedo. Mañana todo estará bien.
Abrí terminando de abotonarme la blusa. Tras la puerta: Doña Ramona.
Me miró con esos ojos de quien reprende a un niño.
-¡Ándale niña! no te me quedes viendo, que abajo hay un montón de bultos.
Acomodamos lo que me pareció una infinidad de bolsas, las había de todos tamaños, materiales, colores, pesos, sabores…
Me sonrió y extendió los brazos,
-Ahora sí, venga y abrace a su abuela
Me apretó contra sus grandes pechos, el olor a leche bronca y alimento para gallinas me hizo sentir en casa, desee quedarme ahí, en ella, pa’ siempre…
-Pues dónde traes el alma muchacha...
-Ya ni sé abuelita
- ¿Tienes un estropajo?
-Sí
-Tráemelo. Quítate la ropa y desenrédate ese cabello por el amor de dios.
-¿Te ayudo en algo?
-Sí, no me estorbes. Vete a tu cuarto
Me senté desnuda al borde la cama y comencé a cepillarme, quería estar en la cocina con ella, escucharla cantar, y mirar sus manos fuertes de movimientos delicados, pero órdenes eran órdenes. Justo cuando pensaba en lo feliz que me hacía aquella visita, entró cargando una olla de barro con lo que parecía una gran cantidad de té, sólo reconocí algunas de las hierbas: pasiflora, flores de azahar, valeriana, angélica y hojas de lechuga.
Comenzó a rezar, la imite como otras veces, tratando de guardarme cada una de sus palabras. De “ver”. Después de darme algunos consejos y muchas tareas para después, me indico:
-Ven párate aquí, separa un poco las piernas.
Tomo el estropajo y se arrodillo. Me tallo comenzando por la planta del pie izquierdo, ascendió con movimientos circulares, firmes; reconocí el amor en sus manos, su entrega, su gusto por servir, su desapego. No hubo un sitio que no fuese removido, paso con la misma fuerza por mi pubis, froto mi espalda, mi rostro, mi cuero cabelludo, termino el lado izquierdo y repitió el rito comenzando con la planta del pie derecho.
-Ahora ve y date un baño con las plantitas, y cuando estés lista me llamas para ir por ti…
Cuando terminé ya me sentía otra. Para salir del baño me rodeo con una sábana blanca y me envolvió como cuando niña, con calma me llevo a la cama, cruzo mis brazos sobre el pecho, y ajusto la sabana para que no pudiera moverme.
-Te vas a tomar este té, y no te vas a mover hasta que amanezca, yo me voy a quedar aquí contigo. Habla con tu alma, no tengas miedo. Mañana todo estará bien.
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