jueves

De montañas y promesas.

Conduzco por la carretera que asciende, miro la montaña, han pasado horas (días, meses, años) y sigue pareciendo una promesa lejana. Tengo un calambre (han sido cientos) comienza en mi nalga izquierda y llega hasta el dedo gordo, trato de ignorarlo, y levantó el empeine esperando que pase rápido o que duela menos. Visualizo la curva y cierro los ojos para tomarla, (el camino, el auto y yo, hace tiempo que somos lo mismo). No recuerdo en qué momento deje de ver gente y autos, quizás cuando entendí que esa montaña existe sólo para mí. Bebo agua y duermo un poco, (he aprendido a hacer casi todo sin dejar el viaje).  Hablo conmigo y antes de usar mi voz un escalofrío me recorre, ¿tendré aún la capacidad de hacerlo? (miedos viejos que lo habitan a uno), me escucho y dudo. Hago una pausa, miro a través de mi nuca, sé, que algunas veces estoy no sólo en la montaña, sino en su cima, pero nunca es la montaña mucho menos la cima. Las ruedas giran, Rafael, Mikael, Gabriel, Uriel, tantas alas, un guardián por cada rumbo, el frío aumenta, no me engaño, cada metro, es un metro desandado. Escucho un tambor, el sonido es pesado y se va apagando, no tengo miedo, (ya no soy hija de mis padres). Dos luces intensas me ciegan, un martillo golpea mi coronilla, repito las palabras de mi maestro (ojalá hubiera practicado más para este momento), abandono mi cuerpo (es tan extraño y tan familiar no tener límites). Miro todo desde muy alto, juego como Peter Pan, me pierdo en el éxtasis, (recuerdo: un siglo es sólo un incidente). Me llaman usando mi verdadero nombre. Sigo el sonido y puedo ver el ocaso, ahí están mis hermanas. En ese sol, está mi hogar. El viaje ha comenzado.